La Va Conferencia General del Episcopado Latinoamericano resaltó de manera especial la condición de la mujer. En ella, participamos un representativo número de mujeres en nuestra condición de laicos, peritos, religiosas o invitadas. En el discurso inaugural, Su Santidad Benedicto xvi introdujo la temática de la mujer al hacer mención al «campo prioritario» de la familia. Éstas fueron sus palabras: «En algunas familias de América Latina persiste aún por desgracia una mentalidad machista, ignorando la novedad del cristianismo que reconoce y proclama la igual dignidad y responsabilidad de la mujer respecto al hombre» (5 c). Ese llamado pontificio fue acogido por la Asamblea y recogido por el Documento conclusivo, que le dedica un ítem, el 9. 5, bajo el título La dignidad y participación de las mujeres, pero que en varios números hace referencia de ella.
El Documento alaba a Dios «por los hombres y mujeres de América Latina y El Caribe que, movidos por su fe, han trabajado incansablemente en defensa de la dignidad de la persona humana» (105). Bendice a Dios «por haber creado al ser humano varón y mujer, aunque hoy se quiera confundir esta verdad»(116). Da gracias a Dios por el don de su Hijo, «nacido de una mujer» (241). Resalta que la máxima realización «de la existencia cristiana como un vivir trinitario de ¨hijos en el Hijo¨ nos es dada en la Virgen María, quien por su fe y obediencia a la voluntad de Dios, así como por su constante meditación de la Palabra y de las acciones de Jesús es la discípula más perfecta del Señor» (266). María es «fundamental en la recuperación de la identidad de la mujer y de su valor en la Iglesia. El canto del Magnificat muestra a María como mujer capaz de comprometerse con su realidad y de tener una voz profética ante ella» (451).
El Documento lamenta que las mujeres no sean valoradas, que no se les reconozca su sacrificio en el cuidado y educación de los hijos ni en la transmisión de la fe en la familia y que no se valore ni promueva su peculiar participación en la construcción de una vida social más humana, así como en la edificación de la Iglesia. Esa dignificación y participación ha sido distorsionada por corrientes ideológicas, marcadas por la impronta cultural de las sociedades de consumo y del espectáculo, que son capaces de someter a las mujeres a nuevas esclavitudes (453).
En una época de marcado machismo, debe recordarse la práctica de Jesús que fue decisiva para significar la dignidad de la mujer y su valor indiscutible: habló con ellas, tuvo singular misericordia con las pecadoras, las curó, las reivindicó en su dignidad, las eligió como primeras testigos de su resurrección y las incorporó al grupo de las personas que le eran más cercanas. En esta hora de América, «urge tomar conciencia de la situación precaria que afecta la dignidad de muchas mujeres» (48), también «urge valorar la maternidad como misión excelente de las mujeres» (456), lo cual «no se opone a su desarrollo profesional y al ejercicio de todas sus dimensiones» (ibídem).
El Documento le reconoce al varón «un lugar original y necesario en la construcción de la sociedad, en la generación de la cultura y en la realización de la historia» (459). Pero también admite que un porcentaje significativo de ellos «se han mantenido más bien al margen de la Iglesia y del compromiso que en ella están llamados a realizar» (461), lo cual ha cuestionado el estilo de la pastoral convencional y ha contribuido a la separación entre fe y cultura, a la pérdida de lo esencial y a la debilidad para resistir los embates de la cultura actual. «En un número considerable de ellos se abre paso a la tentación de ceder a la violencia, infidelidad, abuso de poder, drogadicción, alcoholismo, machismo, corrupción y abandono de su papel de padres» (461).